viernes, 26 de junio de 2009

CIELO

En esta desolada planicie
y el angustiado aire que la puebla
quisiera crearte manos
labios
certidumbres,
para que puedas verme
y atrapar mis contornos
de humo blanco.
En esta ciudad asfixiada
que recorremos
como peces fuera del agua,
quisiera inventarme un cuerpo
para marchar contigo,
muchos miles de ojos
para llorar contigo.
Cómo hemos de subsistir
en nuestra ciudad
plagada de fantasmas?
La vida
es cosa de ángeles,
pero nuestros ángeles
se quedaron sin alas.
El mundo es
para los pájaros
pero nuestros pájaros
ya no pueden volar.
Desterraron la ternura
que antes nos poblaba
y el amor es puro recuerdo
clavándose
como un puñal absurdo
en medio de la angustia.
Cómo sobrevivir
en estas calles
abrumadas por la tristeza,
en avenidas
inundadas de llanto,
bajo el desamparado cielo
que no vemos
más allá de los techos
y los muros destruidos.
Desamparado cielo
que se extiende
como un trágico mar azul
sin nubes espumosas
ni bandadas de pájaros,
cielo que compartimos
cuando el amor nacía
como dulce tristeza
y aún no se elevaba
dentro de nosotros
esta ciudad bombardeada
que no es Buenos Aires
pero crece,
con paisajes
ateridos y mustios,
con cielos incomprensibles
y ventanas sin brisa.
Y ángeles con los ojos cegados.
Ahora
que ya no puedo huir
porque mis alas están rotas
recibo
las últimas bocanadas
de ese viento que sopla
dentro del pecho
y me empuja
a continuar la marcha.
Aunque ya no importa demasiado
hacia dónde vamos
porque todos los caminos
nos han sido bloqueados
y los cielos de marzo,
más allá de la lluvia,
se esfumaron
en un tiempo sin prisa
en mi destruida ciudad
que se ha quedado sola.


Ana María Garrido

miércoles, 17 de junio de 2009

POEMA II

Nutrirse de Girondo,
de Rimbaud,
de Cernuda.
Izar
la veleta del sol
como si fuera
una vela de navío.
Sobre la mesa de la sala
extender el papel
de escarcha o de rocío
y comenzar
la vendimia de palabras
en la crepitaciòn de la conciencia.
Hurgar
entre las sombras
noche arriba,
hasta hallar
el esqueleto
del poema perfecto.
Recubrirlo después
con carne de gorriòn
y plumas de alabastro,
ojos de jade
y corazón de péndulo.
Y cuando nada pase,
cuando el día se trague
hasta el último sueño,
replegarse en la penumbra
como un gato doméstico
hasta que,
en el ocaso,
los duendes reconstruyan
los sitios y las voces
de los mundos secretos.
Ana María Garrido

POEMA III

Ojos de alhucema
de vendimia
de álamo en celo.
Ojos de sinfonía planetaria.
Ojos de ser
de sol
de sal
de campo de exterminio.
Ojos de felpa
de solar
de aguardiente.
Ojos de aguamanil
y de aguatero.
Ojos de llovizna azul
y de navío.
Ojos de galaxia salobre
de néctar
de solsticio
de espejo con sordina.
Ojos de pluma de faisán.
Ojos de istmo
de archipiélago
de azor
de marejada.
Ojos de pasacalle
de linterna
de aljibe.
Ojos
incrustados
en la palma de mi mano
para mirar la aurora
cuando toco tu frente.


Ana María Garrido

LA MARCHA DE LOS DIAS

Si los pasos supieran
que el camino se esfuma
detrás del horizonte
no habría persuasión para el olvido
ni lámpara encendida
en el desván
del tiempo receloso.

La noche no se nutre
del viento y sus corolas,
sus pétalos incautos,
los erizados peces
de su cielo infinito.

No remontes tus voces
como el velamen roto
de tu fantasma errante,
como buque perdido
en las aguas voraces
de tu miedo más hondo.

La soledad condensa
la bruma pesarosa
de tus ojos salobres.

Si la luz te redime
¿para qué delegar tus cicatrices,
la faena de tus seres ocultos,
la retina azarosa de tu música
en las manos del mundo?

Sólo el amor expía
la marcha de los días.

Ana María Garrido


NO TODO ES SOLEDAD

No todo es soledad
en la hierba desnuda
si el viento testifica
que el silencio no existe.
Sólo un puñado
de ecos arrumbados,
la salmodia del humo
entre la brisa cómplice
y el rumor de los cascos
de ilusorios caballos.

No todo es armonía
rota como un cristal
agrietado en la lluvia.
La esperanza
es un puerto fugaz
en el oleaje
de todos los naufragios.

No hay un solo refugio
para quien se rebela
contra el tiempo y sus armas.

Resignada al olvido,
la luz me reconcilia
con lo eterno y lo efímero,
con mis días y mis noches
acuñados en la misma
fragua portentosa
que arrecia las tormentas
y apacigua en el mar las grandes aguas-

Ana María Garrido