viernes, 21 de enero de 2011

EPIDERMIS

Es imposible atrapar
el humo despoblado,
ahuyentar los fantasmas
diseminados en las calles desnudas,
acallar a los testigos ciegos
que palparon
el agrio territorio nocturno
y gritaron a quien quiso escucharlos
que el sueño es una trampa
semejante a la muerte.

No hay manera de auscultar
el corazón de las rocas sedientas
ni sujetar las hélices del viento
que huele a quemazón,
a selvas incendiadas,
a verano con piel de catapulta.

En los ataúdes del silencio
la distancia oculta a sus amantes
de cabellera exánime
y dedos ancestrales
que destejen la lluvia.
La soledad esgrime
sus sables ateridos.

Cuando el tiempo pregunta
por sus cosas perdidas,
sus papeles secretos,
su desdentada música
el latido impreciso
de los viejos relojes
arrumbados en el fondo del mar
despierta a los volcanes olvidados
en inhóspitas islas
y cubre la epidermis del planeta
con su grave mortaja de diluvio.



Ana María Garrido